La escuela Jardín Verde

¡Hola a todos! Os voy a contar un secreto, un secreto maravilloso que, una vez os lo cuente, dejará de ser secreto, pero es que… ¡esa es mi intención! ¡Que deje de ser un secreto! Estoy seguro de que os encantará. ¿Estáis preparados?
Pues veréis, son muchas las personas que saben apreciar la belleza y armonía de la naturaleza y se hacen preguntas sobre el porqué de las cosas. Hace poco un buen amigo me preguntaba por qué algunas frutas y verduras nacen siendo verdes y se vuelven rojas al madurar. ¿Os habías parado a pensarlo alguna vez? Me vi en la obligación de contarle la historia de unos amiguitos MUY especiales, una historia que también quiero compartir hoy con vosotros. Y es que… yo también me hice la misma pregunta en su día.
Se trata de la historia de la pequeña escuela Jardín Verde, situada en un lugar muy remoto de nuestro planeta, donde los estudiantes y profesores no eran ni más ni menos que nuestras amigas las fresas, los tomates, las sandías y los aguacates. Allí me fui yo con mi mochila, a buscar respuesta a la misma pregunta que me había hecho mi amigo. Jardín Verde era una escuela un poco tradicional, pues sus alumnos estudiaban separados por tipo de fruta en un edificio diferente de la escuela y ni siquiera coincidían durante la hora del recreo. La educación que recibían, más que en el diálogo, estaba basada en la imposición de normas y el espacio para la creatividad era bastante reducido. Sin embargo, no todos los edificios de la escuela funcionaban del todo igual. Éstos tenían diferentes coordinadores y algunos estudiantes, dependiendo de su condición, obtenían mejores resultados y parecían ser más felices al finalizar sus estudios.
Para que lo veáis más claro, en el edificio de las fresas y en el de los tomates pasaba algo muy curioso. Durante las primeras etapas educativas, las fresitas y tomatitos llegaban siendo completamente verdes y llenaban las aulas y el patio de color y alegría. Sin embargo, a medida que iban creciendo y se convertían en adolescentes, su color se iba atenuando hasta llegar a la edad adulta, a los 18 años, adoptando una tonalidad totalmente roja. Además, se les veía agotadas, sin ganas de continuar estudiando e incluso preocupadas por su futuro a largo plazo. ¿A qué podía deberse? Un día pedí cita con la Señorita Ruibarbo - ¡planta roja donde las haya!-  y coordinadora y profesora del edificio de los tomates. Cuando nos vimos, le pregunté que qué estaba sucediendo en sus aulas, a lo que me respondió desesperada: “no lo sé, pero estoy tremendamente preocupada, es un problema enorme que hemos de solucionar, necesitamos estar en la lista de los estándares internacionales y a pesar de que les exigimos mucho a nuestros alumnos, no llegamos. ¡No lo entiendo!”
En el edificio de las Sandías también pasaba algo muy curioso y era que, durante todas las etapas educativas, éstas mantenían su tonalidad verde. Sin embargo, a medida que se iban haciendo mayores parecía gustarles menos ir a clase y los casos de bullying en este edificio eran los peores de toda la escuela. ¡Yo no entendía nada! Así que fui a hablar con el Señor Granado - ¡fruta roja donde las haya también!- que era el coordinador del edificio de las Sandías. Le pregunté que cómo gestionaba estas faltas graves de convivencia en su edificio. Me dijo que ellos cada mañana exigían a sus alumnos que se llevasen bien, que era intolerable ver conductas tan violentas y que habían puesto en marcha todo un mecanismo muy complejo basado en una pedagogía súper moderna para poner solución al problema porque necesitaban que sus alumnos sacasen mejores resultados en las pruebas de acceso a la universidad. “¡Wow!” – pensé - “¡qué inversión! ¿Y cómo es que los aguacates sí consiguen estar en esos estándares?”
No pude evitarlo y concerté una cita con la coordinadora del edificio, la Señora Kiwina. Se trataba de una Señora un poco especial, tenía una cara muy marrón pero transmitía muy buena energía. Estaba casada con el Señor Guateque, un aguacate encantador que enseñaba historia en los dos últimos años de la secundaria. Ambos asistieron al encuentro. Les conté que estaba un poco confuso por todo lo que había visto en los otros edificios. Por un lado, fresas y tomates que llegaban siendo verdes y salían de la escuela siendo rojos e infelices y, por otro, sandías que permanecían verdes durante toda la etapa escolar, pero también terminaban desmotivadas e infelices; y les pregunté que si en su edificio pasaba lo mismo, ya que veía que todos los estudiantes aguacates tenían una apariencia marrón oscura que me desconcertaba. La explicación que me dieron la Señora Kiwina y el Señor Guateque me dejó asombrado.
Me dijeron que lo que pasaba a los estudiantes tomates y fresas era completamente normal si tenemos en cuenta quiénes eran sus profesores y quién coordinaba el edificio: tomates, fresas y ruibarbos que en su etapa madura se habían vuelto rojos, contagiados por su ambiente. Se trataba de profesores que vivían centrando su atención en lo que no querían, poniéndole siempre pegas a la vida y exigiendo a sus alumnos algo que si les exigieran a ellos, probablemente no estarían a la altura. En cuanto a las sandías, era más grave todavía. Las sandías se mantenían verdes, pero esto tan solo era una fachada. Aunque la intención  del Señor Granado era la de cambiar las cosas, lo hacía a través de las exigencias, complicándose la vida y desde la necesidad de cumplir unos estándares ajenos. Por ello, a pesar de ser verdes por fuera, en realidad, las pobres sandías seguían siendo rojas por dentro, lo que hacía que les hirviese su jugo interno y lo pagasen con los demás.
Sin embargo, en el edificio de los aguacates, la Señora Kiwina y el Señor Guateque lo tenían claro: querían estudiantes felices. Así que en lugar de centrar su atención en la fachada oscura que tienen estas frutas, la centraban en cultivar su interior. Para ello no necesitaban complicarse la vida, bastaba con reconocer a cada aguacate como un ser único, haciéndoles ver que solo lo que de verdad desean es lo que aprenderán y que ellos son los protagonistas de su propio aprendizaje. Centraban todo su esfuerzo en generar lazos entre ellos fomentando el trabajo en equipo, despertando el espíritu crítico y ayudándoles a dirigir sus caminos hacia soluciones, sin ahogarse en un vaso de agua o haciendo un mundo de lo banal, dejando atrás los problemas que ya no tienen remedio y haciéndoles disfrutar del día a día, de cada año escolar, sin dar importancia a estándares que han sido elaborados por personas ajenas a su forma de entender la educación y el mundo. En definitiva, su atención iba dirigida a crear una escuela de vida.
Todo esto me sonaba muy bonito e ideal, pero a mí no me la colaban… Los aguacates y los kiwis no dejaban de ser marrones al finalizar sus estudios… Así que, osado yo, me atreví a preguntarles: “Todo lo que decís suena muy bien, pero… vuestros alumnos y vosotros mismos no dejáis de ser marrones... Lo mismo que sucede con los tomates y las fresas, que acaban teniendo el mismo color que sus profesores”. El Señor Guateque se rió y me dijo: “Lo sé, pero es que ya te hemos dicho que, al contrario que con las Sandías, para nosotros lo importante no es lo que está por fuera, sino lo que llevamos verdaderamente integrado dentro de nosotros”. Y ahí fue cuando me di cuenta de que, efectivamente, los aguacates y los kiwis, a pesar de ser marrones por fuera, en su esencia, siempre permanecen verdes por dentro. Al final iba a tener razón El Principito cuando nos decía que “lo esencial es invisible para los ojos”.
¿Por qué no intentamos, entonces, que tomates, fresas y sandías, también permanezcan verdes en su interior? 

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